lunes, 27 de julio de 2009

El discreto encanto de Paul Auster

Revolviendo en mi biblioteca, entre los libros que todavía no leí, encontré uno que mi hijo mayor me regaló para mi último cumpleaños. Más allá de que es de Paul Auster, uno de mis autores favoritos; es un libro sumamente especial para mí porque tiene una dedicatoria que me conmovió, especialmente entrañable.

Allí fui entonces a encontrarme con los textos de "Experimentos con la Verdad" de Paul Auster, que incluye entre otros, los ya publicados en "El libro Rojo" que yo había leído el año pasado, pero que reencontré y leí nuevamente como si fuesen completamente nuevos para mí.

En los relatos de dos o tres carillas, Auster nos sumerge en algunas de sus vivencias cotidianas, en las casualidades donde nace cada historia, en los pequeños actos que son motivo de inspiración de sus relatos, de la necesidad de registrar cada coincidencia del destino como si fuese un cuento, de encontrar en cada anécdota el placer de dejarla registrada por escrito.

Son relatos pequeños, deliciosos, algunos geniales, todos ellos contados de una forma muy simple, que contagian las ganas de ponerse a escribir, de repasar situaciones de las que puede nacer un cuento... y hasta la cosa más insignificante está llena de detalles particulares a la hora de ser contada.

"Si eres capaz de contar una historia que resuene con la misma fuerza que tiene para ti, es casi como si saliera de tus sueños" dice Auster en una de las entrevistas que completan el volumen, junto con algunos ensayos que se publican por primera vez.

Cuando mi hijo me lo regaló me dijo que era un libro dificilisimo de conseguir, que estaba prácticamente agotado y que ése era justamente su particularidad en la elección del regalo.
No sólo entonces este libro tiene su propia historia -quizás la fama de dificil de conseguir no sea más que una buena excusa para generar uno de estos relato- sino que además las páginas se recorren con una sonrisa permanente, son relatos frescos llenos de inspiración, sencillez y son todos sumamente "austerianos".

Es sin duda, el discreto encanto que Paul Auster nos regala en cada una de sus entregas.

sábado, 18 de julio de 2009

Contratapas

Cada vez que voy a las librerías a ver qué encuentro para leer, me descubro en un acto -casi- automático pero inevitable. Entro a la librería y comienza el ritual.
Primera, arrogante, está siempre la mesa de novedades como puerto de entrada al resto, paso después a la de autores latinoamericanos, me quedo otro rato en la de escritores argentinos donde busco alguna jóven promesa acodada junto a los más tradicionales del gremio, salteo la de política -por ahora, paso-, mientras salteo también la de autoayuda con el rabillo del ojo trato de ver si me estoy perdiendo algo por hacerme el superado, vuelo rasante sin mucha profundidad en las pilas de best sellers, en fin: empiezo a verlos acomodados en sus mesas y a estudiarlos desde lejos.
Algunos me llaman la atención desde su título, otros por encontrarme con algún autor conocido o entrañable para mí, otros desde el diseño de la portada. Pero luego invariablemente, aparece ese acto reflejo: doy vuelta el libro velozmente, casi con un giro en el aire, y me zambullo en la contratapa.


Y que tiene de interesante la contratapa? Es un resumen caprichoso, aleatorio, "comercial", que quizás hasta el mismísimo autor desconozca. Algunas simples breves líneas que me tratan de vender la historia, de contarme algo que me seduzca (a veces se les va la mano y me cuentan en apretada síntesis casi todo el libro...), tratará por todos los medios de hacer que sea ESE y no otro, mi próximo compañero de mesa de luz.

Quizás una buena novela quede descartada en la selección por "culpa" de su contratapa.
Esa contratapa me propone un contrato, breve, efímero pero intenso a la vez: si en el momento en que recorrí esas líneas logró convencerme, vuelvo a girar el libro velozmente y alguien empezará a contarme una nueva historia.

lunes, 13 de julio de 2009

Todo tiene un final.... o no?

No se si a todo el mundo le pasará lo mismo.
Me pasa con el cine, con los libros, rara vez con el teatro. Si algo no me interesa, no me entusiasma: no me siento comprometido a terminarlo. Si una película no me gusta, no me atrae, algunas veces me he levantado antes de que termine y me voy a hacer algo más interesante. Con los libros suele pasarme lo mismo: si no me atrapa de entrada, me cuesta mucho atravesar ese momento.
Intento un par de veces más, avanzo un poco a regañadientes para ver si la puerta de entrada para mí, está algunas páginas más adelante.
Libros que no he podido leer en algún momento, retomados semanas, meses más tarde: pude espiarlos, volver a entrar en el universo propuesto por el autor y puede terminarlos.
Pero hay veces que por más que lo intento, algunos libros viajan semanas dentro de mi maletín, reposan en mi mesa de luz, se quedan quietitos en el estante que tengo en mi biblioteca para acomodar el libro que estoy leyendo o el (los) que todavia no lei, y no hay caso... no avanzo.
Y ahi los lectores nos dividimos en dos grandes grupos: los que lo siguen intentando y lo terminan cueste lo que cueste y los que como yo caemos (a veces facilmente) en la tentación de que pase a engrosar la lista de "libros que no terminé de leer".

Curiosidades del gusto hacen que libros que para mí sean impenetrables, hayan sido de cabecera para otros. Que cuando algunos vibran con los clásicos, a mi, algunos todavía me sigan pareciendo tan inasequibles. Y que algunos que disfruté mucho leyéndolos a otros les parezcan absolutamente intrascendentes y que no los leerían ni aún cuando no tuviesen qué leer.

Que cosa rara, extraña es la elección de un libro a la hora ponernos a leer. Y que cosa más extraña aún es poder meterse naturalmente en esa puerta que nos abre el escritor y poder dejar que nos acompañe en su recorrido hasta llegar al final.

A veces me animo, otras veces "muero" en el intento.